
En el año 2002, un equipo internacional de astrónomos liderado desde el Instituto Max Planck de Física Extraterrestre de Munich presentó los resultados de un patrullaje de diez años de duración de la estrella S2 que orbita en torno al Centro de la Vía Láctea. Sus medidas indicaban que nuestro centro galáctico está ocupado por un agujero negro supermasivo de unos 4 millones de masas solares. Observaciones posteriores en un amplio rango de longitudes de onda (visibles, infrarrojas, radio, X y gamma) han confirmado este resultado ofreciendo más y más detalles. Se piensa hoy que la presencia de agujeros negros supermasivos no sólo tiene lugar en galaxias extremas, sino que puede ser un fenómeno habitual en la mayor parte de las galaxias espirales y elípticas.
Una radiofuente en el Centro Galáctico

La radiofuente más intensa de esta compleja región se conoce como Sagitario A* (o simplemente Sgr A*) y presenta unas extraordinarias propiedades pues a su intensa radiación en ondas de radio se suman fuertes emisiones infrarrojas, de rayos X y gamma. En la región de unos 3 años luz que rodea a Sgr A* se encuentran millares de estrellas, al menos un centenar de ellas son muy masivas (de los tipos O y B) y de las llamadas Wolf-Rayet, precursoras de Supernovas. Todo parece indicar que si nuestro centro galáctico no es exactamente Sgr A*, debe situarse en una posición muy cercana a esta radiofuente.
Órbitas estelares revelan un agujero negro

El centro de la Galaxia resulta pues muy difícil de estudio por encontrarse en una región oculta por numerosas nubes interestelares que, además, está afectada por una gran confusión. Sin embargo, es posible estudiar el comportamiento de las estrellas de su entorno inmediato para tratar de deducir algunas características del misterioso objeto que debe ocupar el núcleo. En el año 2002, unos astrónomos alemanes culminaron 10 años de patrullaje de una estrella denominada S2 que se encuentra orbitando en torno al centro galáctico. Sus medidas indicaban que el movimiento Kepleriano descrito por la estrella sólo podía explicarse si el centro de la órbita la ocupaba un objeto extremadamente masivo y compacto. Esa zona central, de tamaño menor que el de nuestro sistema solar, debía contener unos 3 ó 4 millones de masas solares. Tal objeto, tan sumamente compacto y masivo, sólo puede ser un agujero negro supermasivo.
El agujero negro central
Todas las observaciones parecían por tanto estar de acuerdo en la presencia de un agujero negro supermasivo en el centro de la Vía Láctea. En el año 2008, el astrónomo alemán Reinhard Genzel y su equipo del Instituto Max-Planck de Física Extraterrestre (Munich) presentaron los resultados de una campaña de observaciones que había durado 16 años. Durante este periodo de tiempo, estos astrónomos habían patrullado el movimiento de varias estrellas en el entorno del centro galáctico y la conclusión no ofrecía dudas: las órbitas estelares corroboraban muy claramente ("más allá de cualquier duda razonable", en palabras de Genzel) que la zona nuclear está ocupada por un agujero negro de 4,3 millones de masas solares.
Naturalmente todas estas observaciones no nos muestran la presencia del agujero negro de manera directa. Es cierto que, tal y como predijo Stephen Hawking, todos los agujeros negros deben generar radiación (la que se conoce como “radiación de Hawking”), pero se trata de una emisión extremadamente débil muy fuera del alcance de las técnicas de recepción actuales. Estos misteriosos y fascinantes objetos sólo se ponen de manifiesto mediante los dramáticos efectos que causan en su entorno. Por ejemplo, la radiación infrarroja y de ondas de radio procedente de la zona central de nuestra Galaxia indica que las grandes nubes de gas y polvo (pequeñas partículas de material sólido) que allí se encuentran, están calentadas a temperaturas que superan el millón de grados, posiblemente mientras se desploman en el abismo del agujero negro.
Naturalmente todas estas observaciones no nos muestran la presencia del agujero negro de manera directa. Es cierto que, tal y como predijo Stephen Hawking, todos los agujeros negros deben generar radiación (la que se conoce como “radiación de Hawking”), pero se trata de una emisión extremadamente débil muy fuera del alcance de las técnicas de recepción actuales. Estos misteriosos y fascinantes objetos sólo se ponen de manifiesto mediante los dramáticos efectos que causan en su entorno. Por ejemplo, la radiación infrarroja y de ondas de radio procedente de la zona central de nuestra Galaxia indica que las grandes nubes de gas y polvo (pequeñas partículas de material sólido) que allí se encuentran, están calentadas a temperaturas que superan el millón de grados, posiblemente mientras se desploman en el abismo del agujero negro.
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